28 diciembre, 2011

- El primer hombre



Hace tan solo un rato todo parecía normal.
Yo quise decirte cuánto te quiero, cuánto te lo agradezco, que no te preocupes, que todo irá bien.
Hace tan solo un rato me invitabas a café, y yo quería llenarte de besos y colmarte de abrazos. Pero nunca me enseñaste cómo se hace sin sentirme estúpida y distante. Tú no supiste bien cómo dar y ahora yo tampoco sé recibir. Todo me parece demasiado, demasiado para mí. Una pérdida...
He ido a buscarte, pero te has esfumado en un instante como una sombra oblicua en la calle. Sólo quería decirte que no temas olvidarme.
Imagino cómo te sientes cada vez que tu mente difumina lo que fuiste y el sentido de la vida, que se pierde. (O se gana, según se mire.) Y el empezar de nuevo, cada día; sin ganas, sin prisa...

No te culpo por estar ausente. Es que echo de menos tus asombrosas manos trenzando, las partidas de cartas en verano, tu genio, tu risa, tu semblante valiente de hombre fuerte que no necesita a nadie y que no miente. Que simplemente simula ser paciente en un mundo que ya no espera a que crezcas.
El primero en protegerme y en dañarme. Ese pequeño muchacho que me mira sin demasiada esperanza en una foto de color sepia, sin comprender, con sus ovejas... el chaval que presume, que pasea alegremente en su Montessa. El pintor, el viajero. El cantaor con talento. El más bello. El padre. El nadador infatigable. El orgullo de una niña, el temor más insondable. El coleccionista de discos. El serio, el altivo, el austero, el casisiempredescontento, el del humor más negro. El ignorado, el incomprendido.
Un hombre con miedo en el inicio del principio de sus profundos, profundos pensamientos.

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